ESTADOS CARENCIALES
Pequeñas reacciones cotidianas que nos definen
La otra noche, también
volviendo a casa, tarde y cansado, como casi siempre, me enfrentaba al último
paso de peatones antes de alcanzar mi calle cuando oí, antes de ver, el
revolucionado sonido de un motor, mezclado con un rumor musical que no fui
capaz de identificar.
Un segundo me fue
suficiente para entender que el vehículo no iba a detenerse, aminorar la
marcha, o mirar siquiera, si había alguien pendiente de cruzar; así que,
pacientemente, me esperé en la orilla a que la máquina apareciera por la
esquina, esquina que por otra parte no es que tenga una óptima visibilidad.
Efectivamente, mi
intuición había sido acertada.
Y yo que soy amigo de
dar vueltas a las cosas, pensaba si no sería más inteligente darle la vuelta a
la prioridad en los pasos de peatones, total. Estoy seguro de que si alguien
hiciera un estudio serio, libre de ambages
románticos y anacrónicos que no
llevan a ningún sitio, coincidiría conmigo. Pensadlo bien. Económicamente
seguro que es más eficiente que un vehículo no aminore, o detenga, su marcha,
con el consecuente incremento, innecesario, en el gasto de combustible, más
acentuado aún en los motores que más consumen. Incluso desde un punto de vista
ecológico, este sobreconsumo, redunda en un mayor deterioro del medio ambiente,
lo que es un perjuicio evidente, no ya para nosotros, para nuestras futuras
generaciones. Eso ya sin entrar en valoraciones, más subjetivas si queréis,
pero bien acordes a los tiempos que corren, que podrían interpretar que alguien
que puede desplazarse en un vehículo a motor, y por tanto lo puede mantener,
seguramente tiene más prisa y cosas más importantes que hacer, que justifiquen
la misma, que no alguien que se desplaza con la única ayuda de sus zapatos.
De la misma manera que
se justifica, por mor de la productividad, que la ley ya permita, como le acaba
de ocurrir a una muy buena amiga, que una empresa pueda presentar un balance de
pérdidas a sus trabajadores, para justificar un expediente de regulación de
ocupación, mientras presenta el mismo balance, con beneficios, a sus socios,
por aquello de no menoscabar la confianza, cuya falta tanto daño nos está
haciendo. Todo esto, por fin, sin el engorroso trámite de una auditoría, con
los gastos en ingeniería financiera, innecesarios, que esto suponía, ni control
alguno por parte de ninguna autoridad, que no hace más que alargar la necesaria
toma de decisiones, amén de proporcionar una excusa a toda clase de costosas, y
mal vistas hoy día, corruptelas.
La norma no es perfecta,
es cierto, pero su aplicación con una interpretación abierta, permite reducir
el riesgo de equivocarse en lo que es más conveniente para el bien común. En
este caso, abrir un proceso de ajuste de salarios a los trabajadores, para
adaptarlos a la realidad empresarial, sin cerrar el proceso del expediente de
regularización. Esta interpretación, ciertamente creativa, no obstante, no
salva todos los obstáculos. La norma aun permite al trabajador insolidario no
aceptar el ajuste salarial, presentando una renuncia, con derecho a una
desproporcionada indemnización, pese a los esfuerzos de las últimas reformas.
Para tales injusticias, sólo queda la justicia, para lo cual la única salida es,
como en este caso, no aceptar estas renuncias y esperar a ver si el trabajador
se atreve a poner una denuncia.
Pese a las tasas
impuestas a los trámites jurídicos, para evitar este mal uso del sistema
público, parece que aún hay gente capaz
emprender una acción de este tipo.
Todo sea por el
progreso. Estamos en el camino, no todo funciona, pero se empiezan a ver los
primeros brotes verdes.