lunes, 15 de octubre de 2012

EL FIN DEL ORDEN DE LAS COSAS

Tendida en mi lecho toda huesos doloridos, ruinas de un legado milenario, corpóreo escombro de pasada omnipotencia.
Frío.
En un lóbrego rincón mis escasas herramientas, desgastadas, roídas por el tiempo. Sobre la mesa exiguas luces de oscuros candelabros y una tenebrosa lista de nombres en un sucio pergamino. En la pared, negros jirones de antiguos cortinajes, mecidos por el helador cierzo nocturno, como si el macabro hálito de un animal feroz les diera vida, enmarcan la única ventana.
En el alfeizar, recortadas al contraluz de una sangrante luna que tiñe las sombras de amenaza, las siluetas de las tres gatas negras, Ligeia, Morella y Berenice, que escaparon de mi reino, sonríen terriblemente. Tiemblan sus largos bigotes. Se clavan en mí sus ojos encendidos. Las tres, las legítimas vengadoras de la comunión de un innúmero de almas.
Tras ellas la figura de la dama de la guadaña. Por fin vengo a buscarme.

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