Este viernes tocaba escribir una historia a partir de esta imagen de Adrian Tomine.
Ahí va la mía:
COMO NO NOS VEMOS
Estaba tan absorto en la
pantalla de mi smartphone, que no me había dado cuenta de que el tren no se
movía. Soy incapaz de decir cuánto rato llevamos parados, pero debe ser
bastante.
La parada de la 74, hoy
tampoco llego.
En el andén contrario
otro tren permanece también en reposo, perfectamente encarado, enmarcado, como
dando continuidad al espacio, como esas cristaleras de los modernos, que salen
en las revistas, que abren los salones al jardín y a
ambos lados del cristal, sus sillas y sus mesas, idénticas, colocadas en
perfecta simetría, para realzar el efecto.
Ambos espacios se corresponden
perfectamente, asientos con asientos, barras con barras, puertas con puertas,
en forma y ubicación. Me pregunto si el que diseña los andenes y vagones del
metro es el mismo que proyecta las casas de los ricos. Y si habrá publicaciones
en que se muestren también estas creaciones visuales.
No sé. Algo falla en esta
perfecta estampa pero no caigo en lo que es.
Entorno mis ojos cansados
y hago un barrido.
Me fijo en la chica que
tengo delante a la derecha. Es joven, lee un libro que no alcanzo a reconocer,
va bien vestida. Tiene un porte elegante, a pesar de su juventud, y aspecto de
universitaria, de buena familia. Al otro lado del cristal un chico, que podría
tener la misma edad, lee el mismo libro. Es curioso. Sus rasgos son más
marcados, aparenta cansancio. Aunque luce camisa y chaqueta, se ven más toscas,
más gastadas, no le acaban de ajustar bien al cuerpo, como si hubiera
adelgazado bastante en poco tiempo, o las hubiera heredado de un hermano más
mayor.
Al lado de la chica, un
joven, chaparro y moreno, con rasgos latinos, diría, oculta el rostro con la
visera de su gorra, nos obsequia con lo que le sobra de volumen a los
auriculares de su Ipod. Se le intuyen unas marcas en los antebrazos, no sé
decir si son cicatrices o burdos tatuajes. En su simetría, un tipo espigado, de
aspecto escandinavo y expresión infantil, pese a su cierta edad, sostiene un
violín en brazos, igual que una amante madre portaría a su cría, y lo acaricia
con unos dedos largos y finos. A él lo veo bien, lleva la gorra hacia atrás.
Un poco más allá es otra
joven la que sí acarrea a un bebé de verdad, envuelto en un gran pañuelo negro.
De este lado, el pañuelo cubre la cabeza de una viejita que de tan arrugada, de
tan consumida, parece que hubieran cubierto directamente, con papel de estraza
reutilizado, un breve esqueleto humano.
Parecidas discordancias
se repiten en todo el pasaje.
No me atrevo a mirar
justo enfrente de mí.
Pasan los minutos.
Sin
movimiento.
No es que estemos inmóviles, bueno los trenes sí, pero no parece
moverse nada, como si la pesada atmósfera subterránea de Nueva York nos
mantuviera en un cierto estado de latencia. Nadie más parece haberse dado
cuenta de esta extraña escenificación o, como yo, no pueden mirarse.
Simultáneamente, ambos decorados
comienzan a deslizarse en sentidos opuestos. Antes de perder definitivamente la
perspectiva caigo en la tentación de buscarme. Mi contraparte tiene pinta de
buena persona.
Me ha salido más largo de lo que tengo por costumbre publicar aquí, pero me apetecía salirme del corral de las cien palabras, je je.
La ventana indiscreta convertida en un espejo que nos abre la puerta a otra realidad. Da miedo mirarnos desde otro ángulo y comprobar como podemos llegar a ser.
ResponderEliminarUn alarde de ingenio en la media distancia.
Un abrazo.
Diga lo que diga la física los espejos nunca devuelven la misma imagen que les llega.
EliminarUn abrazo amigo lagarto.
Salte del corral las veces que quieras y sorprende con relatos como este.
ResponderEliminarChapó, por ese vertiginoso viaje al propio ombligo.
Besotes.
Gracias Raquel, la faena será meterme, ya verás, je je.
EliminarUn beso en la piel.
Lo has cogido con ganas je je.
ResponderEliminarEstupendo relato y muy creativo.
Besos.
Tenía ganas ya de escribir, je je, igual he tenido demasiados días encerradas a las letras, pero creo que lo necesitaba, también.
EliminarGracias Yolanda, un besazo.
Buen relato.Espero que tus ganas no te den tregua.Como siempre, un gusto leerte.Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarGracias Mamen, las ganas vienen con las pilas cargadas, a ver que opinan las musas, je je.
EliminarUn abrazo enorme.