ESTADOS CARENCIALES
Pequeñas reacciones cotidianas que nos definen
Este sábado volví
a tener un encontronazo realidad humano-máquina, de las de control del tipo
1984, pero con mucha menos clase, y recordé que hacía tiempo que tenía
pendiente un post como este. Ahora que me encuentro en el trabajo y mi impresora ha
decidido que me va a ir regalando un “error de Impresión” alternándolo página a página (paciencia solo
quedan ciento ochenta) con un “atasco en bandeja 2” (entre col y col, lechuga)
sin razón aparente, creo que es buen momento para iniciarlo.
Sábado, dieciocho
de mayo, nueve cincuenta ante meridian (he quedado a las diez y llego tarde,
eso me lo he ganado yo solito sin intervención externa de ningún tipo), llego a
la parada de metro “Rambla Just Oliveras”, línea uno, por delante el horizonte
de más de una decena de paradas, y de unas páginas de un libro de relatos
cortos de Cortazar, con mi mp3 de fondo (si no fuera por el retraso, todo
buenas noticias). Al llegar a la taquilla recuerdo que mi título de transporte
quedó “agotado” el día anterior. Normalmente intento preverlo pues soy plenamente
consciente de la ojeriza que la administración local me tiene.
Acudiendo al
amplio catálogo de corolarios promulgados por el Sr. Murphy, la sucesión de
acontecimientos que relato a continuación era, a todas luces, inevitable.
Tomando
conciencia de mi falta de previsión, delante del torno de acceso a la estación,
me vuelvo en busca de la serie de máquinas expendedoras, en formación de
defensa, para obtener mi título multi-viaje; selecciono la opción en el teclado
táctil e introduzco mi tarjeta bancaria según las instrucciones. “Retire la
tarjeta”… “Retire la tarjeta… “Su tarjeta no es válida”. De esta forma la
municipalidad me hace sentir hasta está dónde está dispuesta a llegar para
demostrar (como un chusco matón de barrio) que marca la ley en la calle, y digo
que es cosa de la municipalidad (qué sé yo lo que habré podido hacerle) porque estas
humanizantes lecciones de humildad financiera las recibo únicamente (sobre todo
si tengo prisa) de los cajeros de los párquines municipales, de la zona azul de
aparcamiento y de la entidad metropolitana de transporte (en cualquier otro
tipo de comercio, entidad, cajero bancario, peaje vial, etc. mi carta crediticia
supera el trance sin mayor sobresalto). No hay manera, en ninguna de las tres
máquinas. Lo que viene después ya lo intuyo.
En mi cartera un
único billete de cincuenta euros y uno de cinco (de los viejos), más algunas
monedas repartidas por toda mi geografía indumentaria (que amplia es). De
ninguna manera pienso llevarme en el saco el vuelto de cincuenta euros en
monedas (la más grande de veinte céntimos), los deportes vascos me gustan para
verlos por la tele, ahivalahostia.
(Inciso
impresorio: “cargue papel en la bandeja”, “bandeja de salida llena”… seguimos)
Compruebo que con
el suelto no me alcanza tras introducir cada una de las monedas (con el estado
de nervios que llevo ya, no me da para contar dinero), al menos tres veces, al
parecer mis monedas tampoco alcanzan fácilmente los estándares de calidad que
la mecánica necesita, o es eso, o en el retroceso social en que estamos inmersos
hemos vuelto a tener que presentar todas las solicitudes por triplicado. Finalmente
no puedo evitar adquirir un billete sencillo, el menor de los males, a más del
doble de lo que cuesta por unidad en el bono de diez viajes.
Con mi salvoconducto
nuevecito, me vuelvo a acercar, con el ánimo de un perro resabiado a fuerza de
calle, al ingenio que flanquea el acceso a los andenes. Deslizo el cartón
magnetizado por la correspondiente ranura y, esta vez, la pantalla me devuelve
un conciliador mensaje de bienvenida.
Avanzo. Avanzo y salva parte de mi anatomía se estrella contra la barra
superior del torno, que se niega a girar (el diseño de esta pieza no puede ser
casual, está hecho deliberadamente para tocar los hue…), maldita sea, cómo he podido confiarme, me maldigo mil
veces, volví a caer.
Definitivamente
no tengo más remedio que acceder al interior del vestíbulo saltando la valla
perimetral (intentando mantener una cierta pose rebelde, o como mínimo no irme
de bruces, para dar bien en las imágenes de la cámara instalada al fondo), eso
sí, enarbolando mi título de transporte (“sencillo”, dice) convenientemente cancelado.
Ya no digo, lo “sencillo”
que podría ser solventar situaciones como esta, de no haber eliminado el “factor
humano” hace tiempo, en este tipo de protocolos ciudadanos, por no redundar.
Al final, ni
siquiera la tirria que parece haberme cogido la administración, la electrónica,
la mecánica, los mercados, o todos juntos, me molesta tanto ya, en este juego cada uno
tiene su papel, a eso estoy casi habituado.
Al final.
Al final de todo,
lo que más me molesta son estos mensajes proselitistas y doctrinantes. Estos, “su” tarjeta no es válida; estos, “su”
tarjeta es ilegible; estos, radar instalado para “su” seguridad; estos, usted
ha vivido por encima de “sus” posibilidades,… que me hacen sentir como si
continuamente estuviera en el acceso de embarque de un avión de Ryanair.
p.s. Además esta es la entrada 101 del blog, no se me ocurre manera mejor de celebrarlo.
ditasea ....harto mejor se vivía cuando te peleabas con personas
ResponderEliminarHarto mejor.
EliminarBeso mi niña.
Vaya sabadito je je, y te lo querías perder .
ResponderEliminarTu cara sería todo un poema , y me contengo la risa (que lo sepas) aunque no puedo jajajaja.
Tenías que haber cambiado ese billetito de 50 je je.
Siempre está bien compartir estas cositas de la vida real.
Un besazo Miguel.
Pues eso solo fue el principio, je je. No te preocupes yo también me reí a gusto, pasado un rato, claro.
EliminarUn beso Yolanda.
Buena narración. Me alegra saber que las "máquinas esterilizadoras" y las de expedición de billetes, funcionan igual de mal en cualquier lugar que haya metro. Sobre las cámaras que velan por su seguridad, ahí le has dado. En el caso de los bares, ya decía un sabio pero ¿esto es por si roban el bar o atracan a los camareros? No, que va, es para que el dueño del bar controle si birlan algo los camareros mismos (de especie o de moneda)
ResponderEliminarY esperemos que todos los gobernantes y opositores no toquen todavía el transporte público, que ya les van quedando menos cosas por fastidiar.
Bueno, como verás te apoyo en esta lucha hombre máquina y ya puestos, dirigentes inútiles pero tocapelotas. Un abrazo.
Ya lo van tocando ya, al menos por estas tierras. Con los mismos eufemismos de siempre (eficiencia, racionalización,...)
EliminarSeguimos en la lucha. Un abrazo Pablo.
Es que las máquinas siempre dan ese trato tan "personal" jeje.Saludos
ResponderEliminarSí, es curioso ese lado "humano" que las impulsa a no hacer aquello que se espera de ellas, je je.
EliminarUn saludo Paz, gracias por venir.
Una vez, en París, una máquina de tickets me dijo , en un español afrancesado , que estaba "desolada" porque no tenía cambio.Me encantó la traducción literal.Más saludos
EliminarGenial.
EliminarCómo hubiera agradecido una muestra de comprensión de se estilo el pasado sábado.
Unos cuantos más de saludos y, que demonios, un abrazo.
Uf. Que terreno tan escabroso es la realidad. Deja flotando un mensaje de terror en cuanto a que nos van relegando a ser controlados por máquinas. Es como una prisión Asimoviana en los planes del Gran Rata.
ResponderEliminarCaprichosas además, porque no acabo de tener claro, si sus reacciones son programadas, o han desarrollado ya una cierta conciencia sociópata.
EliminarUn abrazo Carlos.
Pues enhorabuena por la entrada 101, por supuesto. Lo otro, ufff. Por suerte vivo en un pueblo y aunque ya tropezamos con el banco, el cajero, y otros tantos, al menos ni metros, ni tranvia o autobús necesitamos por norma y si vamos a que nos receten el Gelocatil por decir algo, lo hacemos en un paseo; claro que también puede que no haya tramitado tus papeles para un pos-operatorio y si te mandan al otro barrio, todos tan felices, costes que se ahorran. Por una razón u otra, todos estamos encabronados en este pais.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Gracias Nani.
EliminarLos pueblitos tienen sus ventajas, lo reconozco, je je. Yo soy urbanita, más por costumbre que por cualquier otra cosa, pero os envidio (más en días como este) poder ir dando un paseo a cualquier sitio.
Un besazo enorme.
El día que las máquinas se rebelen contra nosotros. Un buen titulo jeje. Abrazos.
ResponderEliminarAl contrario de lo que decía aquel:
EliminarCuando quieres realmente una cosa, siempre hay alguien que conspira para tocarte los hue... con una sonora bofetada de realidad, formato "¿ande vas?"
Abrazos Juanjo.
Si a la Ley de Murphy en estado puro, le sumas la voz terrorífica de una máquina, el resultado eleva a la máxima potencia las ganas de morderle la yugular al inventor de "la celeridad y la eficacia" en las grandes ciudades. Besotes varios.
ResponderEliminarLástima que el muy ladino (de algo le tenía que servir tanto máster) se parapete tras kilómetros de cableado y protocolo, y que la máquina esté muy dura para darle un bocado, je je.
EliminarBesos Piel.